La ficción, Curt Pires y David Rubín

Siempre he creído que ser diferente ayuda, especialmente en carreras artísticas o creativas. Ser raro es bueno, y de raro David Rubín tiene un rato. En el buen sentido por supuesto. En España estamos acostumbrados a dos tipos de dibujantes, por un lado los que se dedican a cómic de autor, generalmente sin interés en trabajar en el mercado norteamericano, son autores a quienes les gusta crear sus propios cómics en solitario o conjuntamente con un guionista, pero siempre desde una posición muy personal, controlando todo el proceso y por supuesto manteniendo los derechos sobre su obra. Por otro lado están aquellos que habiendo crecido leyendo a Superman o Los Vengadores han soñado toda su vida con dibujar tebeos de superhéroes, y han logrado entrar en el mercado estadounidense en una de las grandes editoriales –con unas filas cada vez menos americanas y más internacionales– dibujando a los más grandes superhéroes. Estos dibujantes trabajan sobre un guión ajeno, al que usualmente pocas aportaciones pueden hacer, y son entintados y coloreados por otros profesionales, resultando al final responsables tan solo de una parte del producto y dueños de ninguna. Ambas elecciones de carrera son igualmente válidas, y en cada una de ellas podemos encontrar grandes artistas españoles, síntoma por otro lado de la buena cantera de creadores de cómic que tenemos en este país. Es tan difícil encontrar dibujantes del segundo tipo que se adentren en obras de autor como creadores del primer tipo con el interés o la capacidad de trabajar en el mercado norteamericano. David Rubín es uno de estos raros ejemplares que puede permitirse oscilar con facilidad entre ambos mundos. Tras una sólida obra en España como autor completo de la que destaca sin lugar a dudas El Héroe (Astiberri, 2011-2012), esa revisión del mito de Heracles que publicó en dos volúmenes, se lanzó de lleno a una obra con guión ajeno de la mano de Santiago García, Beowulf (Astiberri, 2013). Uno de los más completos y espectaculares cómics creados en España en los últimos años, una monstruosa adaptación del mito anglosajón –sí, otro mito, todo en David Rubín tiene un punto mitológico- que sorprendió tanto por su cuidado guión como por su espectacular dibujo y de la que ya escribí  en su día aquí y aquí. Tras esto, Rubín pareció cogerle el gusto a trabajar con guionista –y digo “con” y no “para” y es un matiz importante- y entró de lleno en el mercado norteamericano con las historias de Aurora West (First Second, The rise of Aurora West, 2014 y The fall of the house of West, 2015) junto a Paul Pope, un cómic de aventuras orientado a un público más juvenil de la que ya ha dibujado dos tomos. Ahora Rubín  continúa su particular conquista de las Américas con La ficción (The fiction, BOOM! Studios, 2015), creado junto a Curt Pires y publicado originalmente por BOOM! Studios, una de esas editoriales de cómics independientes que más guerra da a la ya todopoderosa Image. Con esta obra Rubín da un paso más en su trabajo dejando que sea otra persona la que se encargue del color de la obra –trabajo por cierto sobresaliente que se acerca enormemente a lo que el propio Rubín habría hecho– y adaptando su trabajo al formato comic-book mensual, con el que no había trabajado todavía. Mientras que algunos dibujantes entran en el mercado americano por la puerta grande, dibujando Batman o Spiderman y pasando a formar parte de esa gran tropa de dibujantes de superhéroes con la calidad suficiente como para dibujar para las grandes editoriales pero sin esa chispa que los haga únicos, Rubín está entrando pasito a paso por la puerta de atrás, dejando su huella poco a poco en la industria y afianzando su carrera desde los cimientos.


Leyendo La ficción me he acordado del primer Stephen King, especialmente de It con la que comparte más de uno o dos elementos. El Stephen King de aquella época era un maestro en crear atmósferas, en mostrar mundos fantásticos, generalmente terroríficos de una forma que parecía plausible, sabía cómo jugar con los miedos primarios y trasladarlos a un escenario que por muy extraño que fuera siempre tenía algo que resultaba familiar. Stephen King te hacía mirar debajo de la cama por si se había colado un payaso. La ficción toma ese camino, protagonizado por cuatro niños que un día descubren un libro que los transporta literalmente a un mundo fantástico formado por mundos increíbles y personajes de ficción en el que pasarán las horas jugando y descubriendo. Por supuesto nada es lo que parece y lo que al principio es todo diversión acabará torciéndose cuando uno de ellos desaparezca repentinamente. Como en It, años después los amigos restantes volverán a juntarse y adentrarse en el mundo fantástico del libro cuando otro horrible suceso les obligue a actuar. La ficción consta de cuatro números y lo primero que se echa de menos al leerlo son otros cuatro números más. Parece que se cuentan demasiadas cosas en pocas páginas y se echa en falta algo de espacio para asentar la historia con seguridad –en esto es completamente opuesto a King y su verborrea narrativa¬–. Ciertas escenas parecen resolverse de forma demasiado apresurada. A pesar de ello, Pires y Rubín suplen esto con grandes dosis de imaginación y con un espectáculo visual emocionante. Rubín sabe cuándo ser espectacular, y cuando trazar unas líneas más calmadas aprobando ambos registros con holgura. El dibujante se presenta como un autor polivalente, capaz de dibujar cualquier escena que se le ponga por delante sabiendo transmitir en su trazo, en las expresiones de sus personajes cualquier tipo de emoción y dibujando unas escenas de acción que tiran de la silla sin caer en el recurso fácil de la narrativa cinematográfica, ante todo lo que tenemos delante es un cómic. En cuestión de pocas páginas Rubín pasa de la aventura juvenil al terror o a la acción más vibrante, y en ningún momento se perciben los puntos de sutura, el dibujo hace fluir la historia haciendo que, como en las novelas de Stephen King, todo parezca plausible.

La ficción supone pues un paso más en la carrera internacional de David Rubín, un paso firme que le acerca a nuevos formatos y a nuevos lectores y que le hace crecer como autor. Queda pendiente ver si la serie tiene el suficiente éxito como para continuar en el futuro, con más tranquilidad y nos permite seguir disfrutando de ese increíble mundo creado por Pires y Rubín. No quisiera acabar sin destacar el fantástico trabajo realizado por Astiberri en su edición española, una publicación cuidadísima con un capítulo entero de bocetos y que la convierte además en la primera edición recopilada de la obra en todo el mundo.

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