Discurso de graduación de Tom De Haven en el Center of Cartoon Studies, mayo de 2012

Os dejo la traducción del discurso de graduación ofrecido por el novelista y periodista Tom De Haven, colaborador de, entre otras publicaciones, The Comics Journal, en el Center of Cartoon Studies de Vermont. A pesar de no ser un dibujante de cómics (más que en su corazón), el discurso de De Haven es tremendamente inspirador y educativo. En él habla sobre la historia de las escuelas de cómic en Estados Unidos y sobre su propia experiencia, y ofrece algunos consejos para sobrellevar con éxito una carrera en el mundo del cómic que pueden ser aplicados a casi cualquier carrera. El discurso fue originalmente publicado en The Comics Journal y podéis leer la traducción pinchando en Más Información.



Gracias a todos. Gracias, James… distinguida facultad… padres, familia, y amigos de los graduados… y especialmente a la clase de 2012. Estoy honrado de estar aquí hoy. Pero se me ha pasado por la cabeza que muchos de vosotros, quizás todos vosotros, os sintierais un poco… digamos… indignados cuando oísteis quién iba a ser el orador de vuestra graduación. Hace algunos años La Rana Gustavo fue la oradora en la graduación de una gran universidad Americana y cierto número de estudiantes se sintieron bastante descontentos por ello. “¡¿Gasto cien mil dólares y cuatro años de mi vida, y viene a hablarme un calcetín?!” Yo no soy un calcetín, pero tampoco soy un dibujante de cómics, y estáis en vuestro derecho de preguntaros con qué maldita osadía voy a intentar ofreceros algunas perlas de sabiduría. Soy un novelista, pero vosotros, hombres afortunados, soy practicantes del gran arte Americano. Soy un tipo que trata con las palabras, las domino, las cambio de sitio. Vosotros, en cambio, tratáis con palabras y dibujos; sois los descendientes directos de gigantes como Elsie Segar y Marjorie Henderson Buell, Harold Gray, Charles Schulz, Tarpe Mills, John Stanley, Frank King, y George Herriman, y los compañeros de genios vivos como Robert Crumb y Alison Bechdel, Chester Brown, Jessica Abel, Phoebe Gloeckner –así como de aquellos que han sido vuestros profesores y mentores durante el último par de años.

Pero veamos si puedo defenderme como un orador invitado apropiado, y creo que la forma más sencilla de hacerlo es diciendo esto: desde que tenía 7 años, y acabo de cumplir 63 la semana pasada-desde que tenía 7 años, en lo más profundo de mi corazón, siempre he sido un dibujante de cómics. Mis héroes, mis mayores héroes e inspiraciones han sido siempre dibujantes de cómic. Es la razón por la que he pasado 20 años investigando las vidas y las carreras y la profesión de los dibujantes americanos de tiras de prensa, de comic-books y de cómics underground para escribir sobre ellos en tres novelas. Os miro a vosotros hoy, orgullosos, graduados de talento, y estoy lleno de placer e impropia envidia. Amo vuestra vocación. Admiro, aprecio y necesito lo que vosotros creáis. Y pienso: ¡Oh! ¡Si tan solo! ¡Si tan solo hubiera habido una CCS cuando la necesité!

Como niño loco por los cómics que era, y más tarde como adolescente loco por los cómics, dibujé mis propias tiras. Nunca tuve ningún tipo de formación-Fui a un colegio privado católico en los ’50 y luego a un instituto católico en los ’60, y no había ningún tipo de instrucción artística, ninguna, nada. Todo lo que tenía eran los cómics diarios en el periódico y mi pila semanal de comic-books de diez céntimos, y luego de 12 céntimos: así que, para aprender a dibujar, copié. Copié de Chester Gould y Milton Caniff, Irwin Hasen, Wilson McCoy, Roy Crane, Bill Overgard, Leslie Turner, Zack Mosley, Ramona Fradon, Gil Kane, Carmine Infantino, y, por supuesto, Jack Kirby. Mi primer personaje de tira, que cree cuando tenía 8 o 9 años, se llamaba-y recordad, eran los ’50-Be-Bop McCarthy-. El título real de mi tira era “Be-Bop McCarthy, House Detective.” Debí oír el término “House Detective” * en alguna parte y mi joven cerebro simplemente asumió que un House Detective era alguien que iba puerta por puerta, como un vendedor de enciclopedias, en busca de crímenes que resolver. “Buenas tardes, señora, ¿hay algún bandido o falsificador viviendo aquí que le gustaría que eliminara?”

Para cuando tenía 10 u 11, descubrí, en una tienda de suministros de arte, un puñado de voluminosos libros sobre cómo dibujar. Así es como aprendí sobre maravillosas cosas como el panel de dibujo 2-ply de Bristol, pinceles, gomas moldeables, tinta India, y las más asombrosas piezas de equipo de todas: las plumillas. Dios, ¡como me gustaba comprar y experimentar con las plumillas! Excepto por introducirme en todas esas herramientas del negocio, los libros en sí mismos fueron eminentemente inútiles. Quizás cuando comenzasteis, vosotros mismos utilizasteis este tipo de libros, así que sabéis a qué me refiero. Hay una lección llamada algo así como “Dibujar Personas,” y la Figura Uno consiste en una línea vertical y ligeramente parabólica cortada por una parábola horizontal más corta. De acuerdo, puedo hacer eso. La Figura Dos consistía en esas mismas dos líneas con la adición de un óvalo en la parte superior, un óvalo mayor debajo de ese y luego dos tubos flacuchos en la parte inferior. De acuerdo, lo tengo, lo tengo… Pero entonces-cada maldita vez-la Figura 3 mostraba un ser humano completamente acabado (siempre masculino) con una cabeza, torso, brazos, manos, dedos, piernas, pies, tobillos, completamente dibujados, el pack completo. Espera un minuto, ¡espera un minuto! ¡¿Cómo se supone que va a ser alguien capaz de saltar de dos líneas, dos óvalos y dos tubos a…esto?! ¡Necesitaba 25 Figuras adicionales y solo tenía estas cochinas tres! ¡Necesitaba más, necesitaba profesores, necesitaba una escuela! ¡Pero no había ninguna escuela que yo supiera! ¿Cómo habían aprendido a dibujar mis dibujantes favoritos-cómo habían desarrollado su técnica? Necesitaba una respuesta.

Así que siendo un tipo de persona perseverante-al menos en mi juventud-fui a Bayonne, a la Biblioteca Pública de New Jersey y encontré todo lo que pude encontrar sobre el dibujo de cómics y sus dibujantes. Hoy, por supuesto-y las estanterías de vuestra Biblioteca Schulz son prueba de ello-hay un vasto número de libros sobre el dibujo de cómics y los dibujantes, pero en aquellos días tan solo había unos pocos: Comics Art in America de Stephen Becker, The Comics de Coulton Waugh, Comics and their Creators de Martin Sheridan. Esos fueron los primeros libros que conseguí, y los revisé una y otra vez, y entonces fue cuando me enamoré del romanticismo del dibujo de cómics-porque realmente es una profesión romántica, no importa lo que diga Dan Clowes.

Es gracias a esos libros que aprendí cómo la mayoría de los dibujantes hasta entonces habían aprendido su técnica. Ya fuera porque fueron lo suficientemente afortunados como para vivir en el mismo vecindario que algún famoso dibujante y simplemente “pasaban el tiempo” con él y le echaban una mano, absorbiéndolo todo (como hizo Bud Sagendorf, como aprendiz de Elsie Segar), o porque-y éste era de lejos el camino más frecuente-tomaron estudios por correo.

Las dos primeras de aquellas escuelas de dibujo fueron la Charles N. Landon School y la W. L. Evans School, ambas localizadas en Cleveland, Ohio. Es asombroso cuantos de los mejores y más famosos dibujantes del siglo XX aprendieron su técnica (no solo cómo dibujar, sino cómo dibujar para ser reproducido) de uno de esos dos cursos. Chester Gould, Elsie Segar, Hank Ketchum y Bill Mauldin, por nombrar solo a unos pocos, estuvieron suscritos al curso de Evans; Carl Barks, Floyd Gottfredson, Roy Crane, Milton Caniff, Jack Cole, V.T. Hamlin y Chic Young, de nuevo nombrando solo a unos pocos, estuvieron suscritos a la escuela Landon. Podías comprar uno de esos libros por ocho dólares, pero si querías que tu trabajo fuera corregido por los propios Evans o Landon, eso te costaría unos 20 o 25 dólares extra.

Las escuelas Landon y Evans hacía tiempo que ya no estaban para el momento en el que yo necesitaba formación, pero otras, similares a ellas, existían en los ’50 y ’60, siendo la más conocida, The Famous Artists School of Wesport, Connecticut. Fue fundada en 1948 por los ilustradores Albert Dorne y Norman Rockwell y el set completo de lecciones costaba originalmente 300 dólares. Anuncios a página completa para la Famous Artists School, que ofrecían cursos de ilustración y pintura así como de dibujo de cómics, aparecían en populares revistas en el momento en el que me volví súper-serio sobre mi carrera como dibujante de cómics. Para los aspirantes como yo el curso de la Famous Cartoonists era el sine non qua de la formación profesional. (A mediados de los ’90 cuando Art Spegelman y Francoise Mouly, que llevaban décadas casados, decidieron casarse de nuevo públicamente y hacer una gran fiesta-con la banda de Robert Crumb proporcionando la música-Francoise tuvo la genial idea de dar a su marido el mejor regalo jamás visto, y encontró una serie inmaculada del curso original de la Famous Artists en su magníficamente enorme carpeta. Se lo entregó tras la boda y yo estaba verde-verde, os lo aseguro-de envidia. Cuando hablé con Art unas semanas después, le hable de esa envidia amarga y mortificante y él me dijo que sí, que podía entenderlo, pero…pero Francoise no se había dado cuenta de que había tres cursos independientes y había acabado regalándole el curso de ilustración. Desde entonces, a menudo he pensado, caray,  ¡imaginad qué gran dibujante hubiera sido hoy Artie si tan solo Francoise le hubiera comprado el curso correcto!)

Las lecciones de la Famous Cartoonists School estaban escritas por (o aparentemente escritas por) lumbreras tales como Al Capp, Milt Caniff, Rube Goldberg, Williard Mullins, Whitney Darrow Jr., Gurney Willimas y Virgil Partch. Por supuesto, solicité la información sobre el material, pero el coste era prohibitivo. Mi madre trabajaba en un banco y traía a casa menos de 45 dólares a la semana. Fue un enorme golpe, aunque (y esto fue algo maravilloso, por lo que todavía estoy agradecido) mi madre buscó por su cuenta y encontró un curso a distancia de ilustración y dibujo de cómics mucho menos caro, la Washington School Art, a las afueras de Port Washington, Nueva York. Y me apuntó a ella. Doce libretas y una impresionante, para mí, caja de útiles consistente en dos lápices, un pincel, un boli con tres plumillas diferentes, una fabulosa goma blanda azul, unos pocos carboncillos, un lápiz Conte, un bote de tinta, y una regla. Tomé aquel curso, imperfecto como era, y desearía tener todavía todos mis dibujos devueltos con sus cubiertas transparentes con correcciones hechas a lápiz rojo. Desafortunadamente, para mí, solo dos de las lecciones pertenecían específicamente a hacer cómics, pero aún así, fue auténtica formación-y había auténticos profesores diciéndome lo que hacía bien y lo que hacía mal y cómo corregirlo. 

Sin embargo, me parecía increíble, en mi adolescencia pero también bien entrada mi edad adulta, que no hubiera escuelas con edificios reales que enseñaran a hacer cómics, que tuvieran una facultad viva, que respirase y hablase con autoritarios profesores, verdaderos practicantes, o locales para entrenar a los estudiantes sobre las técnicas, estrategias y la mentalidad de esta asombrosa profesión. Si las cosas hubieran sido diferentes hace 40 años, yo podría no estar aquí ahora hablándoos como un civil invitado-podría muy bien estar sentado ahí con James Sturm, Jason Lutees, Bob Sikoryak, Alec Longstreth y el legendario Steve Bissette.

Mencionar a Steve me recuerda esto: tras haber abandonado mi sueño de convertirme en un verdadero dibujante de cómics y haber comenzado a escribir mi primera novela, mucho después de abandonar la esperanza de que incluso hubiera algo como una escuela genuina de dibujo de cómic, supe de la Kubert School en Dover, Nueva Jersey. ¡Nueva Jersey! ¡Mi amado estado natal! Cuando abrió en 1976, yo tenía 27 años y no había dibujado cómics durante cinco años; aún así, jugué con la idea de solicitar el acceso. Pero: nah. Demasiado tarde. Incluso aunque era demasiado tarde para mí, todavía me sentía fascinado por la realidad de un lugar así, el mismo lugar, supe más tarde, en el que Steve Bissette, que estuvo en la primera generación de graduados, aprendió su técnica.

En aquellos días, se conocía como la Joe Kubert School of Cartooning and Graphic Art. Y en aquellos días, también, yo escribía regularmente para una revista llamada New Jersey Monthly, así que naturalmente propuse un artículo sobre la escuela Kubert. Me dieron luz verde, y con mi mujer y mi pequeña hija en el carrito, conduje desde Jersey City a Dover y conocí a Joe y a Muriel Kubert (tenemos una fotografía de mi hija bebé Jessie-que tiene hoy 33-siendo sostenida por una ampliamente sonriente Muriel, una de las mujeres más amables y agradables). Nos dieron una vuelta por la escuela original, que era una vieja gran mansión. Pasé por varios estudios y simplemente me quedé ahí observando-recuerdo vívidamente ver a un deportivo Irwin Hasen dando una clase-mirando, tomando notas, y pensando todo el tiempo, Esto es tan genial. Pero también pensaba: Maldición

Vosotros graduados sois tan afortunados de que James Sturm y Michelle Ollie fundaran esta escuela en 2005; lo que yo soñé a principios de los ’60 es una realidad, aquí: una escuela de pura cepa con un profesorado profesional de pura cepa, centrada en solo una cosa: hacer cómics. Cuando vine a White River Junction por primera vez en 2009, quedé asombrado. No sólo este pueblo era como un cómic de Dylan Horrocks venido a la vida-jóvenes dibujantes revoloteando por todo el lugar-era como si una de mis fantasías adolescentes (una de las no sexuales) hubiera cobrado vida 40 años tarde. CCS no es solo un lugar genial para aprender vuestra técnica, es también uno de los más serios, exigentes e inspiradores lugares en los que he estado. Que “hayáis finalizado el curso,” que os estéis graduando en una escuela así, que hayáis aprendido lo que habéis aprendido y creado el trabajo que habéis hecho, es profundamente impresionante. Y, de nuevo, estoy verde de envidia.

Mi abuela era una profesora de gramática muy querida y, cuando yo estaba creciendo, aunque ella llevaba tiempo retirada para entonces, apenas pasaba un mes sin que alguien en mi pueblo natal me parara por la calle y me dijera el gran impacto que ella había tenido en su vida. Así que crecí orgulloso de aquello y en cierto modo intimidado por los profesores, los buenos profesores. Sí, por supuesto, los dibujantes eran las personas más grandes del mundo, y los astronautas no estaban mal, ni tampoco los detectives de homicidios, pero los profesores-los profesores eran…especiales, cruciales, y si se parecían en algo a mi abuela, magistrales. Aunque yo suspiraba por convertirme en un dibujante (y, fracasando en ello, en astronauta o detective de homicidios), nunca pude imaginarme siendo profesor, era demasiado tímido, demasiado panoli, demasiado apartado del mundo; bueno, vosotros graduados sabéis de qué estoy hablando: vosotros fuisteis una vez niños que querían dibujar cómics. Conocéis la situación: éramos parias y orgullosos de ello, ¿verdad?

Aunque lo extraño es que ahora soy un profesor, un profesor universitario-y llevo siéndolo durante unos 30 años. Y, como vuestro distinguido profesorado, enseño lo que practico: enseño escritura de ficción en el programa MFA de la Virginia Commonwealth University. ¿Cómo ocurrió esto? ¿Cómo pude pasar de ser incapaz de sacar una sola frase delante de un grupo de gente a ganar la mayor parte de mis ingresos haciendo precisamente eso? Bueno, creo que mi abuela es una de las razones. Y creo que mi gratitud a los profesores de escritura que he tenido, y el reconocimiento de cuán importantes fueron en la creación y disfrute de mi carrera de ficción, es otra razón. Pero también creo que mi tremenda decepción por no encontrar a los profesores de dibujo que quería y necesitaba en mi vida temprana es una de las razones también. He aprendido la técnica de la escritura de ficción de profesores que la han aprendido por ellos mismos y la han practicado honesta y fielmente; luego yo, a cambio, comencé a practicar la profesión, para seguir la vocación, y pareció natural-y un gran regalo, un privilegio-ser capaz de pasar a otros lo que fuera que sabía gracias al entrenamiento y la experiencia. Lo cual, me alegro de decir, me trae claramente la sabiduría (al menos espero que sea sabiduría) de parte de mis comentarios.

Y la primera parte de ellos concierne a la enseñanza. No todos vosotros tendréis la oportunidad, o el deseo, de convertiros en profesores profesionales, pero todos vosotros tendréis la oportunidad-y si se me permite añadir, la obligación moral-de transmitir a otros parte de lo que habéis aprendido aquí/ahora, en otro lugar/más tarde sobre vuestro arte y vuestra técnica y vuestra vocación. Por favor no seáis tacaños, sed generosos, sed tan generosos como han sido vuestros profesores aquí.

Hace seis o siete años, estaba impartiendo un curso sobre la historia del cómic americano, y descubrí a un chico de aspecto muy desaliñado que sabía que no estaba en las listas y aparecía en casi cada clase. Solía realizar “horas de oficina” en una cafetería local, y este chico-que me recordaba a Arthur Rimbaud o al Bob Dylan de 1961-solía aparecer por ahí también, sentarse y comenzar a hacerme preguntas sobre dibujantes de la vieja escuela como Harold Gray y Chester Gould. Dijo-más bien fue un murmullo o un farfullo-que quería convertirse en dibujante de cómics, y tuve la clara impresión de que estaba omitiendo intencionadamente el adjetivo que estaba en la punta de su lengua, y aquel adjetivo, siempre pensé, era “gran.” Quería ser un gran dibujante de cómics. De cualquier modo, mi asistente del posgrado y yo finalmente le dijimos, tráenos algo de tu trabajo, nos encantaría verlo. Y por fin lo hizo. Y puedo recordar el momento en el que abrí su cuaderno de dibujo: mis ojos se salieron de mi cabeza. Santo Dios. Este chico era bueno. Le dijimos, mira, tienes que enviar esto a una editorial; yo no paraba de decir Kim Thompson, Kim Thompson, envíale este material a Kim Thompson de Fantagraphics. Sí, dijo, probablemente lo haga algún día. Unos dos años después estaba en una tienda de cómics y cogí lo que me pareció la novela gráfica más gruesa desde From Hell y-en el lenguaje de los dibujantes-casi la dejo caer cuando vi el nombre del autor: era el chico desaliñado con pinta de Rimbaud/Bob Dylan de mi clase. Dash Shaw. Quizá le envió su trabajo a Kim Thompson porque yo se lo sugerí, o quizá ya se lo había enseñado cuando lo conocí y era demasiado tímido o terco para decírmelo, pero siempre he estado encantado de que Dash se pasara por mi clase cuando estaba en Richmond y de haberlo tratado bien, animado y respondido a cada pregunta que me hizo. Haced eso siempre. Encontrad el tiempo siempre. Transmitidlo.

Y otra cosa: cultivad cuidadosamente vuestra carrera. Sabed qué queréis hacer con vuestros dones y vuestro entrenamiento e id a por ello, pero no temáis dar un rodeo o dos, o tres. Y conoced vuestra profesión, conoced cómo funciona, qué está ocurriendo en ella, quién está ocurriendo en ella. Sed espabilados también-lo suficientemente espabilados como para saber que una vez comencéis a sacar vuestro trabajo al mundo, seréis categorizados inmediatamente como dibujantes de cómics que hacéis ese tipo de cómics. Y sed lo suficientemente espabilados como para saber que siempre habrá un precio que tendréis que pagar, a menudo uno alto, si de repente sorprendéis a ese mundo haciendo otro tipo de cómics. Seguid vuestras exquisitamente matizadas memorias infantiles con una etapa  en “Dial H for Hero,” o viceversa, y seréis inmediatamente pateados en la blogosfera. No seáis ingenuos; no podéis permitíroslo.

Cuando era un novelista novato, leí un ensayo de Harlan Ellison en el que urgía a los escritores jóvenes a escribir en todos los géneros, nunca dedicarse a uno solo, y pensé que eso sonaba sensato; le tomé la palabra. Mi primera novela fue una fantasía contemporánea, así que hice una novela de crimen realista en la segunda, y una novela histórica en la tercera, una novela de jóvenes adultos en mi cuarta; luego hice un montón de relatos cortos. No me arrepiento de la trayectoria de mi carrera, pero mi decisión tuvo un auténtico coste económico y emocional: los críticos y los lectores no sabían qué hacer conmigo; ¿Qué tipo de escritor era? Sorprender y cambiar de forma es, a menudo, confundir; y confundir, a menudo, es ser incomprendido, marginado, y rechazado. No digo esto de ningún modo para sugeríos que sigáis un camino recto durante vuestra carrera (creo que eso sería monstruosamente aburrido), sino para urgíos a que mantengáis siempre en mente las realidades y riesgos de una carrera profesional. Haced lo que queráis hacer, pero considerad las ramificaciones de vuestras elecciones. De otro modo, os acabaréis convirtiendo en un viejo amargado. (Por cierto, una vez hablé con Harlan Ellison y le dije que había tomado su consejo sobre mi carrera hacía tantos años, y se rio a carcajadas y dijo, “¿Por qué demonios me hiciste caso? ¡Eres un idiota!”) 

Otra pieza de sabiduría, o al menos un consejo, es este: si alguien os ofrece un interesante trabajo haciendo algo que nunca habíais hecho antes, intentad tan duramente como podáis no reconocer que no sabéis hacerlo. Sois profesionales y los profesionales pueden generalmente resolver las cosas, darse algo de tiempo e investigación. Alguien me llamó una vez y quería saber si estaría interesado en escribir guiones para una serie de animación para televisión. Dije que por supuesto que lo estaría. Entonces el tipo dijo, “¿Estás familiarizado con los guiones de televisión?” y dije, oh sí, ¡incluso aunque nunca había puesto los ojos en uno! ¡Pero! Pero sabía cómo escribir historias, así que todo lo que tenía que hacer era comprobar el formato de los guiones-y eso era fácil de hacer; yo usé la biblioteca, vosotros podéis usar internet. Aprendí por mi cuenta en un día o dos todo lo que necesitaba saber-y acabé siendo uno de los escritores de “The Adevnetures of the Galaxy rangers.” Un gran trabajo. ¿Y si hubiera dicho que no, que no sabía nada de escritura de guiones para televisión? Hubiera ocurrido lo mismo que sucedió unos años antes cuando la directora de cine Penny Marshall me llevó a almorzar y me preguntó si adaptaría una de mis novelas a guión para ella. Dije, me encantaría, pero nunca he escrito un guión de cine antes y quizá sería buena idea tener un co-escritor. Ella sonrió, pagó por la comida-y nunca volví a verla.

No os estoy diciendo que mintáis, eso sí-simplemente confiad en vosotros mismos. Tenéis los recursos, tenéis el coco…lo que significa que podéis ensancharlo, lo que significa que podéis hacerlo.

Finalmente, esto: toda mi vida he amado la palabra “dibujante” [cartoonist]. Porque sé exactamente lo que significa y sé lo que un dibujante “hace.” Aunque últimamente, he notado que el término está dejando de ser usado y siendo reemplazado por el término “artista de cómic” [comic artist]. Una situación que francamente me da escalofríos. Entre mis estudiantes del posgrado de ficción he llegado a ser conocido por mis apasionadas mini-charlas urgiéndoles a no llamarse nunca artistas, sino que se llamen a sí mismos escritores de ficción o escritores de historias cortas o novelistas. Eso es lo que sois, les digo, eso es lo que hacéis. Podéis muy bien ser unos artistas, pero siempre es mejor dejar que otra gente os lo diga. Llamaos a vosotros mismos artistas y os sentiréis más inclinados a hablar sobre ello que a hacerlo; llamaos escritores-o, queridos graduados, dibujantes-y os sentiréis más inclinados, más obligados personal y profesionalmente-a levantaros todos los días e ir a vuestro estudio a trabajar. Y el trabajo, tan trillado como suena, el desafío y el placer del trabajo, de hacer el trabajo, de producir el trabajo, de estar presente para y en el trabajo, es lo único que importa.

Así que para este admirable grupo de graduados…dibujantes…artistas, mis más profundas felicitaciones y mis más sinceros deseos de que tengáis una carrera larga, satisfactoria y verdaderamente notable en la mejor profesión del mundo.

Muchas gracias a todos.



* House Detective sería algo así como Detective de la Casa. Según The Free Dictionary se trata de un detective privado contratado por una tienda, hotel o establecimiento para prevenir robos o malas conductas de sus clientes.

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